Los primeros collages de San Valentín fueron mucho más que simples tarjetas: eran pequeñas obras de arte llenas de detalles románticos como encajes, cintas y recortes de papel. Estas creaciones artesanales, nacidas en el siglo XIX, marcaron el inicio de una tradición que combina amor y creatividad. A lo largo del tiempo, su evolución nos ha dejado un legado artístico que sigue inspirando a diseñadores y artistas hoy en día.
¿Qué son los ‘Valentines’?
Los ‘Valentines’ son las clásicas tarjetas de amor que se intercambian durante el Día de San Valentín. Aunque hoy en día las encontramos en versiones modernas y masivamente impresas, su historia tiene un origen artesanal y sentimental. Estas tarjetas nacieron como una forma de expresar emociones a través de palabras y detalles visuales, convirtiéndose con el tiempo en un símbolo del amor y la amistad en esta celebración.
Los orígenes: mitos y rituales antiguos
El Día de San Valentín tiene sus raíces en la antigua Roma, donde se celebraba el festival de la fertilidad conocido como Lupercalia, un evento que marcaba el inicio de la primavera y estaba asociado con rituales destinados a promover la fertilidad y el amor.

Con el tiempo, esta festividad pagana fue sustituida por la conmemoración cristiana de San Valentín, un sacerdote del siglo III ejecutado por casar a parejas en secreto durante una prohibición imperial.

A lo largo de los siglos, las celebraciones evolucionaron. Durante la Edad Media, el Día de San Valentín se impregnó del concepto del amor cortés, un ideal romántico en el que los sentimientos se expresaban de forma sincera y noble, a menudo mediante declaraciones poéticas y simbólicas. Es en este período donde surgen las referencias al corazón como símbolo del amor y a Cupido, el dios romano, como figura central de los mensajes románticos.
Influencias medievales: amor cortés y poesía
Durante la Edad Media, el mes de febrero comenzó a asociarse con el amor y la naturaleza debido a la creencia popular de que los pájaros elegían pareja en esta época del año. Esta idea quedó plasmada en la literatura gracias a Geoffrey Chaucer, uno de los primeros poetas en vincular el Día de San Valentín con el amor romántico. Su poema “El Parlamento de las Aves” (1382), escrito para conmemorar el compromiso entre el rey Ricardo II de Inglaterra y Ana de Bohemia, describe una asamblea de aves reunidas para elegir pareja, simbolizando la búsqueda del amor.
Chaucer no solo popularizó la conexión entre el amor y San Valentín, sino que también contribuyó al desarrollo del ideal del amor cortés, una forma de amor caballeresco caracterizada por la devoción apasionada pero a menudo platónica hacia una dama noble. Este tipo de amor se expresaba mediante gestos caballerosos, poesía lírica y cartas románticas. En este contexto, el corazón y Cupido, el dios romano del amor, empezaron a aparecer como símbolos recurrentes del afecto romántico.
Durante este período, también se instauró la costumbre de seleccionar “Valentines” a través de sorteos. Hombres y mujeres sacaban un nombre al azar, y la persona elegida se convertía en su Valentine simbólico durante un año. Esta tradición, popular en Inglaterra y Francia, a menudo involucraba el intercambio de notas románticas, poemas escritos a mano y pequeños regalos, sentando las bases para lo que más tarde se convertiría en el intercambio masivo de tarjetas de San Valentín.
La poesía medieval desempeñó un papel esencial en la evolución de las expresiones de amor. Poetas como John Gower y Christine de Pizan ayudaron a moldear el concepto del amor idealizado, escribiendo sobre la pureza, la nobleza y el sacrificio en el amor. Estas influencias poéticas inspiraron muchas de las primeras tarjetas de San Valentín manuscritas, que contenían versos dedicados y mensajes de profunda admiración.

Restauración de la tradición tras la censura puritana
En Inglaterra, los puritanos abolieron las festividades populares, incluido el Día de San Valentín, durante el régimen de Oliver Cromwell. Sin embargo, tras la restauración de la monarquía en 1660, la celebración volvió con fuerza y adquirió un carácter más comercial. Los caballeros empezaron a regalar guantes, cintas o poemas personalizados a sus parejas, gestos que marcaron la transición hacia las primeras tarjetas románticas.
Avances postales y el auge de las tarjetas
El establecimiento del servicio postal en Inglaterra en 1840, con tarifas de envío accesibles, impulsó el intercambio masivo de Valentines. La privacidad que ofrecían los sobres permitió a los remitentes expresar emociones más íntimas. La producción artesanal coexistió con la producción masiva hasta que las técnicas de impresión avanzaron en el siglo XIX, permitiendo la proliferación de tarjetas decoradas con relieves, encajes de papel y mensajes románticos.
Esther Howland: La mujer que convirtió los sentimientos en arte 💌
En 1848, cuando el intercambio de tarjetas de San Valentín era un gesto íntimo y artesanal, una joven visionaria llamada Esther Howland decidió que esos pequeños mensajes de amor podían ser algo más que simples notas. Con creatividad y determinación, transformó esta tradición en una industria que sigue viva hasta hoy. Por eso, no es de extrañar que se la conozca como la “Madre de las tarjetas de San Valentín”.

El arte del collage romántico: encajes, cintas y cromolitografías
Todo comenzó cuando Esther, una joven de Massachusetts, recibió una hermosa tarjeta decorada con encajes y detalles románticos, importada desde Inglaterra. Inspirada por su belleza, pensó: “¿Por qué no crear tarjetas aún más elaboradas y hechas aquí?”. Con esta idea, reunió algunos materiales: papel de encaje, cintas de seda y flores prensadas, y empezó a diseñar sus propias tarjetas desde su casa familiar.
Su primer lote de tarjetas fue un éxito rotundo. La red de distribución de su padre, dueño de una papelería, le permitió lanzar sus diseños al mercado. Pero no se trataba solo de vender tarjetas, sino de crear experiencias. Cada tarjeta era una obra de arte: combinaba cromolitografías, detalles tridimensionales y mensajes sentimentales que hablaban directamente al corazón.
Con el tiempo, Esther contrató a un equipo de mujeres para ayudarla a satisfacer la creciente demanda. Su pequeño taller se convirtió en una de las primeras empresas lideradas por una mujer en Estados Unidos. Y sus diseños eran tan elaborados que algunas de sus tarjetas costaban lo que hoy sería más de 100 dólares. Sin embargo, eso no impidió que se convirtieran en un éxito entre la clase media y alta.

Lo más impresionante del legado de Esther no es solo su talento artístico, sino su visión empresarial en una época en la que pocas mujeres tenían un papel destacado en los negocios. Gracias a su esfuerzo, las tarjetas de San Valentín pasaron de ser un detalle íntimo a un símbolo universal del amor y la amistad. Hoy, muchas de sus creaciones originales son piezas de colección, guardadas en museos y apreciadas por su belleza y significado.
Esther Howland no solo creó tarjetas; creó un puente entre los sentimientos y el arte. Cada vez que enviamos una tarjeta de San Valentín, estamos rindiendo homenaje a su legado.
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